Sin embargo, todavía no sé por qué, este domingo embarqué a mi familia para que me acompañase a la maratón de Casablanca.
La ciudad atlántica es una de las mayores de África, con sus casi 7 millones de habitantes, pero aparte de eso y de su macro mezquita (la mayor del mundo, con capacidad para más de 100.000 almas y con un minarete de 200 metros de altura visible a 30 kms de distancia), es una urbe descuidada, sucia y caótica, en la que reina un caos circulatorio que no enmascara la miseria en la que vive la mayor parte de la población.
Centrándonos en los aspectos deportivos, la organización estuvo a la altura del país, esto es: por los suelos. Escasa participación, muchísimo calor y una humedad agobiante. Salí rápido, quizás demasiado para mí y pasé la media a ritmo de 6 minutos/km. Pero para entonces ya estaba dictada mi sentencia de muerte. En el Km 15 no había agua. Tampoco la habría en el 20, ni el 25, ni el 30 ni en el 40. Sólo el inestimable apoyo logístico de toda mi familia, corriendo otra maratón paralela de un lado para otro, consiguió abastecerme de líquido en el 17, en el 24 y en el 34, paliando en cierta medida las carencias de los organizadores. Pero la deshidratación es un enemigo feroz, sobre todo en condiciones de alta humedad, y me vi obligado a arrastrarme por el asfalto, haciendo "caco" y jugándome la vida entre el caótico tráfico de Casablanca. Al final, 5 horas y 3 minutos para mi 49 maratón finalizada. Y horas después una gastroenteritis feroz, que apunto estuvo de rematarme del todo.
¿Qué se me ha perdido a mi en Africa para andar haciendo carreritas con la camiseta del ADAS? Pues, ni idea, como para no volver.
Lo dicho, en Casablanca... ni agua; ah y por cierto, de Bogart... ni rastro.